Con frecuencia, los cristianos se preguntan si lo que hacen en sus trabajos tiene valor o trascendencia en la eternidad. ¿Es todo trabajo una respuesta al llamado de Dios? ¿Y qué hay de esos momentos en los que el trabajo parece improductivo y sin sentido?
Veamos esto desde la perspectiva cristiana. Dios creó el trabajo para que fuera algo bueno. Dios trabaja, y Él nos creó a su imagen y semejanza. Por tanto, cuando trabajamos reflejamos su propósito divino.
Pero también debemos tener en cuenta que vivimos en un mundo caído, de tal modo que no podemos hacer una afirmación generalista de que “todo trabajo es bueno”. Algunos trabajos claramente son malos porque esos “trabajos” no respetan la moral o están totalmente en contra del plan de Dios. Robos, malversación de fondos, abortos y asesinatos, prostitución y tráfico de drogas: todos ellos son ejemplos de trabajos que están fuera del plan y de la línea moral que Dios ha establecido.
Los cristianos recobran el ánimo al pensar que todo trabajo resulta transformado cuando se confía en Cristo. Prácticamente cada oficio o profesión es en sí mismo un llamado bueno y honroso de Dios, y a través de él puedes mostrar el propósito divino a este mundo. Los profesionales de la salud, por ejemplo, reflejan el rasgo de Dios de sanador y gran médico. Los abogados velan por la justicia y defienden al oprimido, los agentes de la ley reflejan la identidad de Dios como juez y defensor y refugio y escudo. Los jueces, policías y soldados cristianos participan en la justicia de Dios.
Extrapola esto a casi toda profesión. Los profesores y educadores son vehículos de la sabiduría y conocimientos de Dios. Los granjeros, empleados de supermercados, restauradores, cocineros y camareros participan en la buena obra de Dios de alimentar al hambriento. Los arquitectos, albañiles, contratistas y agentes inmobiliarios ayudan a quienes necesitan un hogar donde estar protegidos. Piensa en tu profesión o campo de trabajo. ¿Cómo podría reflejar alguna característica del carácter de Dios?
Por el hecho de que el trabajo es bueno en sí mismo, ¿es cierto que cada uno de nosotros podemos ser llamados a desempeñar papeles específicos? Recuerda las partes del cuerpo de 1 Corintios 12. Algunos de nosotros somos los ojos o los oídos, mientras que otros son las manos o los pies. Todos hemos sido formados y tenemos lo necesario para cumplir un objetivo concreto. La especificidad no solo se aplica en el ministerio del cuerpo de la iglesia, sino también en nuestros trabajos. Hay quienes pueden ser llamados a ser contables o analistas políticos, mientras que otros lo son para manejar un montacargas o gestionar fondos de inversiones. Incluso dos personas que comparten profesión pueden entender de manera diferente porqué Dios les ha llamado a ocupar ese puesto. Lo cierto es que todos podemos tener un llamado.
Y ahora nos preguntamos: ¿cómo sabemos si hemos sido llamados para ese propósito? No hay una respuesta única, pero sí podemos discernir el llamado de muchas maneras, particularmente a través del apoyo de amigos y consejeros de confianza junto con nuestra propia experiencia en ese trabajo. Casi suena a cliché mencionar las palabras de Eric Liddell en Carros de Fuego: “Dios me hizo rápido. Y cuando corro siento su gozo”, pero lo cierto es que Dios nos creó de forma especial. Es más probable que sintamos el llamado de Dios y sentir gozo cuando usamos nuestros talentos y habilidades en las áreas que tienen relación con aquello para lo que Dios nos creó.
Ahora bien, esto no significa que seguir el llamado de Dios conlleve necesariamente estar exento de problemas y de hecho, son muchos los casos en los que un llamado trae consigo un buen número de retos, luchas e, incluso, sufrimiento. Pero aun en medio de esas circunstancias deberíamos sentir que eso es para lo que Dios nos ha llamado y que a través de ello participamos en la buena obra que Dios nos ha encomendado. Precisamente esa fue la experiencia que tuvo Pablo durante su trabajo, tan doloroso, pero a la vez profundamente satisfactorio. Padeció enormes presiones, pero no le consiguieron aplacar; se quedaba atónito ante lo que le sucedía, pero no perdía la esperanza. ¿Por qué? Porque Dios le había llamado a hacer ese trabajo y, pese a las dificultades, Pablo experimentó una satisfacción duradera.
Por último, contemplar nuestro trabajo como un llamado tiene una estrecha relación con saber identificar la voz de quien nos llama a tal tarea. Y para esto es necesario conocer a Dios y aprender a reconocer su voz. Podemos sentir ser llamados para ser cocineros, guardas forestales, analistas políticos, enfermeros u otro puesto de casi cualquier campo si lo hacemos como un reflejo de la buena obra que Dios ha hecho en el mundo y vivimos nuestro trabajo con satisfacción y como una expresión de quien nos creó para ese propósito. Cuanto más entendamos cómo nos creó Dios y de qué forma piensa y ama, estaremos más seguros de saber que lo que hacemos es para lo que Él realmente nos ha llamado.